"El caso que nos conmueve nos recuerda que debemos curarnos todos, como Estado y como sociedad".
"El caso que nos conmueve nos recuerda que debemos curarnos todos, como Estado y como sociedad".

En un país donde no alcanzan las pastillas contra la anemia, ni carpetas en los salones, ni las carreteras hacia todos los rincones; donde la niñez, la vejez y todo lo que hay en medio sufre un completo abandono, ¿cómo esperar que se atiendan de manera correcta los problemas de una joven mujer, aunque se trate de una verdadera estrella que ha representado por todo el mundo a nuestra nación? Este caso no es el de Magaly Solier; es la radiografía de nuestro país, el reflejo de toda una sociedad enferma, sin apoyo por parte del Estado y en decadencia. Un Perú donde la educación es el negocio de los representantes de la patria, y la salud la ficha millonaria que entregan los gobernantes para asegurar su permanencia en el poder. Evidentemente, aquí, la salud mental no tiene cabida, no interesa; lamentablemente no existe en el radar. El reconocimiento internacional que pueden lograr nuestros compatriotas a veces representa, por la necesidad que impera, el tener que hacerse cargo de su familia, de su barrio, de su pueblo y su región. Pensemos por un instante en un futbolista, el peso que lleva sobre sus hombros un seleccionado antes de patear una pelota contra el arco enemigo. ¡Cuánta presión! A cambio, ellos y ellas consiguen la invasión de su intimidad, sin regulación ni códigos de ética, por unos puntos de rating y por la pauta publicitaria que exigen los medios de comunicación. El apoyo con el que cuentan es el que silenciosa y modestamente puedan darles algunas personas cercanas en los momentos de mayor fragilidad, mientras se enfrentan al morbo de un público igualmente enfermo, consumidor de noticias sórdidas, que olvida completamente la empatía, la compasión y los aplausos que dieron años antes a quien ahora señalan. El caso que nos conmueve nos recuerda que debemos curarnos todos, como Estado y como sociedad.