(EFE/ Kai Forsterling).
(EFE/ Kai Forsterling).

Tras los resultados de las últimas elecciones generales, que parecían abocadas al triunfo del Partido Popular (PP), lo cierto es que el resultado no fue el esperado.

Hay que reconocer que el partido socialista nunca se dio por vencido. Y aunque objetiva y numéricamente ha sido derrotado (el PP le saca una ventaja de 15 diputados) el resultado final, que no dio la mayoría absoluta a la derecha, le permite afirmar que continuará al frente del gobierno tras el consiguiente lío de pactos.

En el sistema de elección español, no se vota al presidente (de hecho, a Sánchez solo lo votan los electores de Madrid, que es la ciudad por la que se presentó) sino a los diputados de la ciudad correspondiente. Son ellos los que deciden en el Congreso, siempre a propuesta del Rey, quién gobernará.

¿Cómo es posible que los socialistas se den por vencedores, si han perdido? ¿Cómo es posible que el Partido Popular luche por arañar apoyos, si ocurre que ganó con un margen bastante amplio?

Ocurre que el perdedor tiene a su favor a todos los grupúsculos independentistas. Tiene incluso a un hombre fugado de la justicia (Puigdemont) que, a cambio de promesas le dará el “sí” para que gobierne, pues no bastaría la abstención para que Sánchez culmine.

El Partido Popular ha conseguido que los de Vox lo apoyen sin imponer condiciones. Debería, entonces, poder gobernar en minoría. Pero los socialistas y el resto de partidos a su izquierda no lo permitirán. Al PP solo le faltan 4 votos para alzarse con la mayoría. Formaría el gobierno del color que decidieron los votantes. Sin embargo, será difícil que lo consiga y gobernará en su defecto una coalición de interesados en perseverarse en el poder; no en atender a la ciudadanía. Me temo.

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