Sé que no da lo mismo ser que estar, pero soy y estoy cabezón. Las dudas sobre el futuro son ineludibles, ni modo. Pero intentar esbozar escenarios de lo que puede pasar hacia adelante en lo político es particularmente difícil, con un Gobierno que culpa al ruido político mientras zapatea con ímpetu brutal un tabladillo mal armado sobre chalana en altamar.

La presidenta ha dicho con gran énfasis que se queda hasta 2026, pero eso depende del costo beneficio que haga el Congreso. Está claro que el Excel de sueldos y otros beneficios no se acorta ni en sueños, pero sí podría buscar una sucesión terminando julio 2025, que les asegure su Excel completito. Bien difícil conseguir un Paniagua de este Congreso, pero podrían encontrar a alguien que no levante la calle como Merino ni le malogre las opciones a los partidos con mayor opción que tampoco son muchos. La posibilidad de conseguir 87 votos aumentará a medida que nos acerquemos a esa fecha, la presidenta y el Gobierno sigan perdiendo aceptación y se aclare si hay consensos sobre quién podría reemplazarla.

La presidenta ha creado un problema de vocería múltiple: ella solo da discursos y para la prensa nombra a un vocero, a pesar de que esa vocería constitucionalmente le corresponde al Presidente del Consejo de Ministros, quien zanja supuestamente la discusión. A renglón seguido, la presidenta deja al primer ministro en off-side nada menos que en el cambio de ministro que se encarga de la preocupación más aguda de la ciudadanía. ¿Cómo queda el primer ministro después de eso? No solo eso, pone en Interior al viceministro a cargo de las prefecturas, uno de los temas por los cuales está detenido su hermano. ¿En serio puede creer que es una buena decisión? ¿Cómo se sentirán en el gabinete los ministros que tienen más que arriesgar en términos de su credibilidad y empleabilidad futura? ¿Cuánto tiempo van a durar? Ojalá que mucho, porque resulta clarísimo que el cambio solo puede ser para peor, pero habrá que ver cómo sigue la película de errores. Cuando se mete más la pata cuando se quería sacarla, la cosa no pinta bien.

El Congreso no le aceptó el candidato a contralor, tal vez como señal de que tampoco son tan waykis como los pintan. Continúa una agenda de medidas populistas, ataques a la libertad de empresa y de reformas que buscan controlar instituciones. Lo extraño es que la coalición que las impulsa es tan variopinta como puede ser, porque los une principalmente el conservadurismo y anticaviarismo, sea lo que fuere. ¿Qué control monolítico se intenta imponer si estas alianzas son específicas a este Congreso y se van a destruir con él cuando estemos cerca a las elecciones generales? ¿Quién se queda con qué y para qué?

La agenda conservadora al menos tiene lógica: la coalición mayoritaria es conservadora y quiere que el Perú lo sea, más allá de este gobierno. Yo estoy en la orilla opuesta porque creo en la libertad individual por encima de cualquier creencia de grupo. ¿Pero cómo así la repartija funciona para extremos que buscan desde asamblea constituyente hasta ningún cambio en la Constitución sino los que me convienen en el otro lado del espectro? ¿Cuánto están desgastando la confianza en las instituciones y la legitimidad de los cambios que están introduciendo? ¿Qué pasa si es que la mayoría termina absorbiendo la narrativa de que la Constitución se ha llenado de parches que le convienen a los actuales congresistas? ¿Cuánto más fácil le están haciendo la tarea a quienes quieran promover una asamblea confundegente luego? El prófugo menos buscado del país no splo está tranquilo, puede estar sonriendo a sus anchas. Hay otros comportamientos del Congreso inexplicables como el archivo de la acusación constitucional contra Aníbal Torres. Mucho por desentrañar.

La fiscal Benavides argumentó, con lógica impecable, que investigar al expresidente Castillo era necesario para evitar que el poder se usara para entorpecer investigaciones. Cómo ello no se aplica a su caso es inexplicable. Pronto sabremos quiénes son sus waykis.