"Otra cosa que sorprende es por qué estos congresistas siguen ejerciendo sus funciones como si no hubiera pasado nada".
"Otra cosa que sorprende es por qué estos congresistas siguen ejerciendo sus funciones como si no hubiera pasado nada".

Acaba de llegar a las principales librerías del país el más reciente libro del politólogo Tiago Thrafa, denominado: Congreso: ¿por qué elegimos tan mal y por qué volveremos a hacerlo? En dicha publicación, el autor analiza las razones por las cuales nos equivocamos irremediablemente al momento de elegir a los padres y madres de la patria. Para Thrafa, la visita que hacemos periódicamente los peruanos a los centros de votación es tan prometedora como la que hacen los pollos a una avícola. Al menos, apunta el autor, a los pollos les pasa solo una vez.

El libro aparece justo en el momento que una nueva denuncia acapara los medios de comunicación. Un trabajador del despacho de María Cordero Jon Tay, congresista separada de la bancada de Fuerza Popular, revela que la mencionada madre de la patria no solo le recortaba el sueldo —a él y a los demás integrantes de su despacho— sino que, además, lo obligaba a comprarle joyas y —todavía peor— lo utilizaba como si fuera su mil oficios particular, olvidando, por completo, que alguna vez existió un tal Ramón Castilla. A continuación, una entrevista al autor:

Había pensado preguntarle por el perfil del congresista peruano de los últimos años, pero no puedo evitar tocar el tema de los llamados congresistas ‘mochasueldos’. En particular, el caso más reciente, el de la congresista Cordero. ¿Por qué se dan estos casos?

Bueno, ocurre aquí un típico caso de confusión económica. El congresista confunde lo que son los fondos del Estado con los fondos que tiene debajo de su colchón. Además, como tienen la potestad de contratar personal de su confianza, confían en que pueden hacerles los recortes de sueldo y de dignidad que quieran. Ya vimos que los recortes de sueldo pueden llegar hasta el 75% y los de dignidad hasta el 100%.

Pero, así como en este caso y los casos anteriores, sorprende la forma en que se exige el dinero. Lo hacen por llamadas, por mensajes de WhatsApp y de audio. ¿No les parece peligroso que, como finalmente ha ocurrido, ese material salga a la luz?

Ocurre que los congresistas empiezan a vivir una realidad paralela. Entonces, llegan a pensar o se engañan a sí mismos para crear un mundo donde el pedido de recortes es lo más normal del mundo. Por eso es que se indignan tanto, por eso es que no pueden creer, no les cabe en la cabeza que uno de sus trabajadores se niegue a darle lo que ellos creen que les corresponde. Es casi una traición. Muy poco les falta para salir a la prensa y denunciar que sus trabajadores se niegan a darles parte de su sueldo. De cuándo acá un trabajador suyo tiene eso que le dicen amor propio. Ni eso pueden tener.

Se siente como si el congresista tuviera un poder absoluto sobre sus trabajadores. Más que sus jefes se creen sus dueños. ¿Qué los hace pensar así?

Es que los congresistas siguen confundidos. También piensan, en efecto, que un trabajador les pertenece tanto o más como una de las sillas de su despacho. En este sentido, los parlamentarios y sus trabajadores no tienen una relación normal jefe-empleado. En tal sentido, para todo efecto —y defecto—, el congresista siente que no ha contratado a una persona, la ha comprado, la ha adquirido y si no le dieron factura, mejor. Que paguen impuestos los tontos.

Aun asumiendo que los congresistas sientan que los trabajadores son de su propiedad, ¿por qué la necesidad del maltrato? ¿Por qué se portan de esa manera tan abusiva?

No se olvide que, después de todo, el congresista piensa que le está haciendo un favor al contratarlos. El parlamentario le da un contrato, le da un trabajo, le da un lugar donde trabajar, le da un fotocheck y, a todo eso, se pregunta, ¿encima tengo que darle también un sueldo? ¿Y, todavía, un sueldo completo?

Como dice usted, se trata de otra realidad.

Ocurre que una realidad paralela lleva a otra realidad paralela. Recuerdo que uno de los congresistas involucrados en el recorte de sueldos, no se lamentaba porque sus trabajadores no estuvieran cumpliendo. No. Los trabajadores sí le daban mensualmente su porcentaje del sueldo. ¿Dónde estaba el problema? ¿Por qué el congresista no dejaba de lamentarse? Porque cuando le dejaban el dinero lo hacían de mala gana, con cara de pocos amigos, como si les molestara hacerlo. Es decir, el parlamentario también quería que su trabajador comparta no solo su sueldo, sino también su alegría. Es que en su realidad paralela no entendía por qué razón sus trabajadores le daban parte de sus sueldos en la más absoluta tristeza. Todo un misterio.

Volviendo al tema de la congresista Cordero. Como sabe, además de entregarle un porcentaje de su sueldo, también le compraban joyas y la atendían como si fueran sus sirvientes. ¿Por qué hay casos así? ¿No les basta solo con apropiarse del dinero de sus trabajadores?

Es evidente que para ellos no es suficiente la entrega de dinero. Esto tiene que ver con lo que le mencionaba de la pertenencia del trabajador, de su cosificación. Entonces, para esta congresista en particular, era natural, era cuestión de tiempo que el trabajador de su despacho, al cual todos le pagamos su sueldo, como a ella también, se desempeñe también como su chofer, vigilante, empleado doméstico y en cualquier tipo de oficio que la reina y señora del despacho congresal precise.

¿Y esto tan extraño que ella les pide que le regalen joyas? El denunciante dice que ella va con los trabajadores y les indica qué joya es la que deben regalarle. No me extrañaría que en el momento que ella abra el regalo muestre cara de sorpresa.

Es parte de todo lo que estamos hablando. En el mundo paralelo de la congresista, ella se merece todo y sus trabajadores lo único que se merecen es servirla. Este asunto de las joyas quizá sea material más para un sicólogo que para un politólogo. Aunque debo admitir que nuestra clase política —o nuestra falta de clase política— requiere el concurso de otras materias para intentar una aproximación a su entendimiento.

Otra cosa que sorprende es por qué estos congresistas siguen ejerciendo sus funciones como si no hubiera pasado nada. Siempre se dice que no se puede generalizar y decir que todo el Congreso es un desastre, pero, ¿dónde están esos parlamentarios distintos? ¿Cómo pueden convivir con los impresentables?

Bueno, aquí pasamos de analizar a unos cuantos congresistas a ver qué pasa con la gran masa congresal. Si el Congreso quisiera mostrar una ligera, pequeña y casi minúscula luz de decencia, debería aprovechar la claridad de estos casos para castigar en serio a los congresistas involucrados. Mucho me temo que esto no va a ocurrir. No hay que olvidar que ese desprecio que siente el congresista por el trabajador es el mismo desprecio que siente la mayoría de parlamentarios por sus electores, por el país en general.

Finalmente, en su libro anterior llamado: Una mirada al Congreso o por qué Dios no es peruano, dijo que veía muy difícil que mejore el nivel congresal. ¿Sigue igual de pesimista?

No, ahora estoy peor.


El texto es ficticio; por tanto, nada corresponde a la realidad: ni los personajes, ni las situaciones, ni los diálogos, ni quizá el autor. Sin embargo, si usted encuentra en él algún parecido con hechos reales, ¡qué le vamos a hacer!