[OPINIÓN] Jaime Bedoya: ¿En qué se parecen Christian Domínguez  y Martín Vizcarra? (Midjourney/Perú21)
[OPINIÓN] Jaime Bedoya: ¿En qué se parecen Christian Domínguez y Martín Vizcarra? (Midjourney/Perú21)

Este país tiene un trauma con Martín Vizcarra. Es una dolencia que afecta la autoestima, perdonándole la vida a uno de los protagonistas más tóxicos de la política peruana contemporánea.

En virtud de esta enfermedad, y a pesar de estar moralmente inhabilitado para la función pública, sigue siendo visto como una alternativa de liderazgo, una reserva a futuro, demostrando cómo la orfandad abarata las expectativas.

El amor propio nunca ha sido nuestro fuerte. Salvo contadas excepciones en las que tiene que ver un plato de cebiche, el trajinado Machu Picchu o la gestión futbolística de un entrenador argentino que ahora será un rival directo, siempre tendemos a sentirnos menos de lo que somos. Nos merecemos, como castigo, las desgracias que nos aquejan en una trenza infinita que la corrupción e incompetencia exacerban.

Vizcarra es una de estas desgracias. Por su persistencia, su presencia está adquiriendo la calidad de mancha que se expande como confirmación de que todo puede ser aún peor.

Improvisando alguna explicación racional a la benevolencia y piedad que la opinión pública tiene hacia el vacado expresidente, aparecen algunas explicaciones razonables.

En su momento, Vizcarra doblegó al poder fujimorista en el Congreso. La tozudez e irracionalidad de los 73 congresistas fujimoristas que no dejaban respirar a Kuczynski. Se precisaba de alguien con una piel, o escamas, a su altura. En hábil cálculo se autodenominó “enemigo número 1 del fujimorismo”, apuntando a esa masa que le debe el insomnio a Keiko. Check.

Durante la incertidumbre del COVID, la compañía televisiva de Vizcarra lavándose las manos en pantalla repitiendo mensajes de autoayuda ante la muerte fungió de refugio emocional para millones de personas que no sabían en qué momento podían dejar de respirar. Era la ilusión óptica de que había alguien a cargo de salvarnos. Check.

Cual cereza monetaria sobre un postre fúnebre, los bonos que dio durante la pandemia –millones y millones de soles– le aseguraron una nueva capa de piel, el anhelado teflón, sobre la que toda responsabilidad resbala. Check.

Trágicamente, por culpa del propio Vizcarra, morirían 200,000 peruanos en la pandemia. Mintió sin asco cuando ocultó como presidente su vacunación a escondidas. Ese dato terrible era invisible y oculto en ese momento de miedo profundo.

La condescendencia como parte de su activo político es la que también lo hizo sobrevivir indemne, y hasta con crédito a su favor, el episodio extramarital del Bebito Fiu Fiu.

Lo preferiblemente inimaginable que sucediera en una habitación del hotel Monasterio de Cusco derivó en banda sonora idónea para un político sin escrúpulos y un electorado sin criterio. La deslealtad se transformó en divertimento. Si alguien le miente a su esposa, es altamente probable que no tenga mayor reparo en mentirle a un elector, anónimo y lejano.

Como parte de la cosecha del cultivo vergonzoso en que consiste su función pública, en los últimos tiempos Vizcarra se ha dedicado a sobresalir en una tarea en la que ha demostrado pericia: agarrarnos de cojudos haciéndose el cojudo.

Para ello ha contado con las idóneas herramientas de las redes sociales. Aprovechando que carece de sentido del ridículo ha estado publicando los más penosos videos en las redes sociales. Lo más triste es que son un éxito, lo que confirma es que, si hay verdugos, es porque hay víctimas.

El más exitoso de esos videos es uno en el que come un pan con mantequilla diciendo naderías. Tiene 4.9 millones de vistas. Ha encontrado en la banalidad un punto de encuentro crucial con la audiencia.

Esta campaña efectiva e idiota de Vizcarra coincide en el tiempo y en el espacio con la infidelidad en serie del cumbiambero Christian Domínguez. Este último, análogamente a la conducta del político, ha hecho del engaño sentimental una forma de vida. Propia y de Magaly Medina.

Por la complejidad de los fenómenos psicológicos y emocionales involucrados, queda pendiente explicar a profundidad las razones por las que una cantidad importante de peruanos aún perdona y confía en Vizcarra. (Que podría ayudar a explicar por qué siempre habrá una nueva mujer que confíe en Domínguez). Por lo menos existe evidencia como para emitir un enunciado a manera de punto de inicio de una investigación posterior:

Martín Vizcarra es el Christian Domínguez de la política peruana. Volverá a mentir, y volverán a perdonarlo.

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