(Foto: Andina)
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Una de las cosas que más sorprenden a muchos peruanos y, en general, a gran parte de la comunidad internacional, es cómo un país que ha tenido 6 presidentes en 7 años puede mantener una economía en crecimiento. Esa respuesta no es sencilla y menos única. Hay variables trascendentales, como el que la política fiscal y, en especial, la monetaria han sido siempre un apéndice casi intocable y cuya gestión se ha mantenido en gran medida en las mismas manos técnico-profesionales. Con continuidad en los cargos, con responsabilidad y sin corrupción. Otro gran factor es la enorme suerte de ser un país con un territorio riquísimo en recursos minerales (14% del PBI). La onza de oro al alza año tras año, el cobre y la plata en la misma línea; la demanda internacional favorable y, por ende, los ingresos por renta minera siguen salvando la caja. Las agroexportaciones, que sí sufren en mayor medida los embates políticos y sociales, también sobreviven al alza aumentando las exportaciones tradicionales y no tradicionales de manera continua. Sin embargo, la microeconomía sigue siendo la gran tarea pendiente. El comercio informal, fuente de ingresos de la mayoría de las familias peruanas, se mantiene en un mercado negro que no permite mejorar las tasas de empleo o reducir los índices de pobreza y desigualdad. La informalidad incluso dificulta reducir las tasas de interés y ampliar el acceso a crédito productivo. Para empeorar las cosas, el narcotráfico es cada día más fuerte. Las hectáreas de cultivo de hoja de coca pasaron de más de 45,000 en 2017 a más de 80,000 en 2022. La tala ilegal, la minería informal o el tráfico de armas crece, como crece la economía peruana, sostenidamente. Quien asuma en 2024 deberá poner mayor énfasis en cómo traducir el crecimiento macro al microeconómico. Estamos con suerte (aunque suene a locura) pero la suerte se acaba.

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