Foto: MIDJOURNEY/PERU21
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Antes de que las mitologías inventasen dioses para todo, de que aparecieran las religiones con sus dioses verdaderos y que uno de ellos redujera a las mujeres a una costilla, antes de todo eso, ellas eran las únicas diosas sobre la tierra. Al principio solo se cazaba y recolectaba. Luego, con algo de abundancia, hubo tiempo para que los ancianos contaran historias, los brujos ensayaran hechizos y los artistas pintasen cavernas. La primera escultura fue la de una mujer: la venus de Hohle Fels (Alemania, 45,000 años), aunque más famosa es la de Willendorf (Austria, 27,500 años). No son venus esbeltas, sino gordas en extremo, con senos y vulvas enormes; la fertilidad era lo más sagrado. El centro de esa religión temprana fue la mujer. Con el tiempo, la recolección fue sustituida por la agricultura y la caza por la ganadería, apareció una superabundancia y de la manada pasamos a la tribu, a la sociedad y al Estado. El sobreproducto fue el nuevo dios y lo controlamos los hombres. Las mujeres dejaron de ser diosas y las marginamos. Desde entonces luchan por recuperar equidad. Cada 8 de marzo, en memoria de esas luchas, se hace un inventario de mujeres extraordinarias, pero son las excepciones que confirman que el mundo sigue siendo solo de los hombres.

Se ha avanzado en cerrar las brechas de género. En salud y educación, apenas falta 5%. Pero estamos lejos en economía (brecha de 40%) y en política (brecha de 78%). A este ritmo, se necesitarán más de 160 años para lograr la equidad (Global Gender Gap Report 2023, WEF). Vamos mejor en Perú. En salud y educación, las brechas casi se han cerrado. El problema es que nos hemos igualado en la base; como los servicios son malos, todos estamos igual de mal atendidos, sin discriminación por género. En economía la brecha es de 32% y pasa lo mismo: “casi” igualados en la base de empleos de muy bajo rendimiento, pero la brecha crece conforme se asciende a empleos más competitivos. En política la brecha es de 55%, pero esa mejora frente a la brecha promedio de 78% se debe a una ley que obliga la paridad. Por eso casi la mitad de los regidores son mujeres, pero si se sube a nivel de alcaldes, solo lo son el 4.8% (Cepal). Para lograr la equidad, hay que identificar y atacar los costos. Hay situaciones biológicas que diferencian a la mujer: la menstruación y la maternidad. También hay situaciones culturales: la mujer asume el cuidado de los hijos, del esposo, de los padres y del hogar. Esos costos frenan desarrollos y limitan oportunidades. No se pueden eliminar, pero sí se pueden aliviar. Los costos biológicos se alivian con políticas públicas de salud. Las brechas en economía y en política se cierran con políticas públicas en educación que mejoren las capacidades de las mujeres y con leyes que compensen los costos biológicos.

Pero quedan los costos culturales, más allá de las cargas del hogar. Hay cólera muy antigua. No solo la del desgraciado que asesina a la mujer por celos o porque no le dejó hacer lo que quería. Los hay más sutiles. En política, por ejemplo, la izquierda ataca más a Keiko Fujimori (que no ha sido autoridad) que a Rafael López Aliaga (que es alcalde en funciones); y para la derecha, más escarnio merece Susana Villarán (que no ha sido juzgada) que Vladimir Cerrón (que está condenado y es prófugo). Es un odio selectivo que no se explica por preferencias políticas, sino por la aversión de que la mujer ejerza poder. Estas conductas son tan cotidianas que no reparamos mucho en ellas y exigen cambiar paradigmas, nuevos valores. Sin embargo, la brecha de equidad no está sola ni se explica en sí misma. Al costado hay otras brechas que la hacen más dura todavía: la pobreza, porque mientras más pobre es la mujer, más sufre en desigualdad; y la gestión pública, porque si es ineficiente, las políticas públicas no serán eficaces. Entonces, lograr la equidad pasa por luchar contra todo eso. Pero, sobre todo, debemos regresar al origen, donde juntos e iguales luchábamos por salir adelante, donde ser mujer no era una carga; te convertía en diosa.