Hace un tiempo se escucha más las voces de algunos pocos vecinos que lo que quieren es que al distrito no venga nadie, advierte la columnista.
Hace un tiempo se escucha más las voces de algunos pocos vecinos que lo que quieren es que al distrito no venga nadie, advierte la columnista.

Los vecinos de Miraflores suelen ser personas amables que quieren a su distrito. Lo quieren ver bien cuidado y se molestan cuando la municipalidad descuida sus parques, lo quieren ver limpio y han exigido que se mantenga libre de basura. También quieren que sea seguro y están muy molestos con el incremento de robos de celulares y, por ello, reclaman medidas para disminuir la inseguridad.

Los vecinos de Miraflores saben apreciar las cualidades que tiene su distrito y es por eso que prefieren vivir aquí: les gusta la cercanía a la oferta comercial y cultural, les encanta el malecón, les gusta llevar a sus hijos o mascotas a pasear, montar bicicleta o juntarse con amigos en sus espacios públicos. Entre las características positivas que tiene este distrito están la compacidad (la cercanía entre viviendas, servicios y actividades) que permite que se pueda ir caminando a muchos lugares, los muchos espacios públicos y la diversidad de actividades que se pueden realizar ahí. No es una sorpresa que sea tan visitado por turistas y el resto de habitantes de la capital.

Sin embargo, hace un tiempo se escucha más las voces de algunos pocos vecinos que lo que quieren es que al distrito no venga nadie: que no se usen los parques, que no se juegue pelota, que los que hacen delivery no ingresen al distrito, entre otras cosas. Lamentablemente no se trata solo de reclamar orden y cuidado (¡bienvenido sea!) sino que se excusan en las emisiones (como el ruido o la basura o el desorden) para rechazar a algunos grupos de personas: los no vecinos, trabajadores de servicios, migrantes venezolanos…

Parece que el alcalde de Miraflores tiene esas mismas ideas pues envía a sus serenos a interrumpir a niños jugando pelota, invita a retirarse a vecinos que están paseando a sus mascotas, hostiga y persigue a personas que solo quieren sentarse un rato a descansar o a meditar: parques para mirar, pero no para tocar. Por eso, las burocráticas medidas que quieren imponer para exigir trámites y permisos para picnics -por ejemplo- carecen de absoluta proporcionalidad. Si les preocupa que alguien ponga música a todo volumen pues sancionen esa conducta, no inventen estrategias para complicar a la gente que quiere juntarse en un picnic. Si les preocupa que tomen alcohol en la calle, supervisen esa conducta, en lugar de prohibir las reuniones. Si no son capaces de hacer esto y por eso solo recurren a prohibir y restringir pues no saben hacer nada mejor.