Eliminar árboles representa un desatino desde el punto de vista social y económico, señala la columnista. Foto referencial.
Eliminar árboles representa un desatino desde el punto de vista social y económico, señala la columnista. Foto referencial.

En medio de la más reciente y fuerte ola de calor que azota Lima, una noticia no solo preocupante, sino también exasperante ha tomado protagonismo: diversos gobiernos municipales están talando y podando árboles. Es difícil concebir cómo, en tiempos en que el cambio climático ya no es una mera predicción, sino una realidad ineludible, algunos alcaldes puedan tomar medidas tan contraproducentes, carentes de cualquier criterio técnico y, sobre todo, de sentido común.

Los árboles, esos seres vivos majestuosos que tantas veces subestimamos, son los verdaderos héroes anónimos de nuestras ciudades. No se trata solo de que son hermosos ni tampoco de la fresca sombra que ofrecen en un día sofocante, sino que representan un aporte vital para el equilibrio ecológico, la biodiversidad urbana y la calidad de vida urbana. En un contexto donde nuestras ciudades llenas de asfalto y cemento se convierten en islas de calor, podar árboles equivale a un tiro en el pie en la batalla contra el cambio climático.

Los árboles, con su capacidad para absorber dióxido de carbono y liberar oxígeno, son aliados naturales en la lucha contra la contaminación atmosférica, uno de los principales reclamos de limeños y chalacos según la última encuesta de Lima Cómo Vamos. Según la misma encuesta, el 25.8% de limeños y chalacos identifica a “la falta de árboles y el poco mantenimiento de las áreas verdes” como uno de los principales problemas ambientales en sus ciudades.

Pero, más allá de sus beneficios ambientales, eliminar árboles representa un desatino desde el punto de vista social y económico. Estudios han demostrado que la presencia de áreas verdes en las ciudades está estrechamente vinculada a una mejor salud mental y física de los habitantes, así como a una mayor cohesión social. Además, los árboles aumentan el valor de las propiedades inmobiliarias y contribuyen al desarrollo económico local.

Es hora de que los ciudadanos exijamos a nuestras autoridades un cambio de rumbo en materia ambiental. No podemos permitirnos seguir destruyendo el pulmón verde de nuestras ciudades en aras de intereses cortoplacistas o simplemente por falta de visión. La protección de los árboles es una responsabilidad compartida que nos incumbe a todos. Si queremos legar un entorno habitable y saludable a las generaciones futuras –si es que aún hay futuro–, es imperativo que actuemos con sensatez y conciencia ambiental.